Tenemos entendido que suele dedicar las vacaciones de verano para trabajar como escritor a tiempo completo...
Soy profesor y casi siempre he estado contratado en algún colegio por 44 horas. Sucede que desde siempre le tuve miedo a la pobreza, no me gusta el frío, ni el hambre para nadie, tampoco para mí. Y ocurre también que siempre quise casarme y tener hijos. Entonces, esto de ser escritor, ser artista en el tercer mundo, es un acto heroico. Yo me he sobreexplotado, duermo menos para escribir, para leer, no veo casi a mis amigos. No voy a recitales y veo muy poco cine y pocas series. He pagado un alto precio por llevar dos carreras. Cuando mis compañeros de trabajo se van felices el viernes a descansar, yo voy a escribir, a corregir. Cuando mis compañeros van felices de vacaciones de verano, yo me recupero en unos días y me encierro cada mañana a escribir. No he tenido otra opción. No puedo decirle a las personas que soy artista y que me den de comer, quizá sería justo, pero no tengo cara para eso. No me gustan estas reglas del juego, pero siempre supe que esto era así. Por eso escribí el cuento de “La Araña Miró”.
¿Cómo ejercita el trabajo creativo? ¿Es autor de mucho borrador o de inspiración fluida?
Hay que optimizar el tiempo, como mi cabeza nunca para, yo escribo mientras camino, mientras voy en metro, (por eso me paso de estación y me pierdo) escribo en la cabeza , saco mi libreta y anoto un par de palabras claves que encierren la idea. Luego hago una pequeña escaleta, uso la técnica de guionista que aprendí cuando fui, durante cinco años, libretista del programa de televisión “Los Venegas”. Hago mi mapa general del escrito y empiezo, trabajo dos, tres semanas sin parar y luego corrijo, corto, agrego un poco y ya. No me pongo a escribir nada si no tengo resuelto hacia donde voy y como voy a llegar. Casi no hay borradores, eso sería un lujo.
¿Imaginó alguna vez el ganar el Premio Altazor como lo hizo con su libro “Un gran gato”?
Ese premio en particular, no lo imaginé nunca, porque yo no postulé, fue la Editorial. Son premios con nombre abierto ( mi nombre va en la tapa del libro, no hay pseudónimo). Es muy fácil que el jurado se vea expuesto a recomendaciones, a simpatías, amistad, aprecio o maledicencia, por un determinado autor. El premio Altazor era un premio dado por los pares, entonces me sorprendió muchísimo ganarlo, quizá mi obra era seguida , conocida o apreciada más de lo que yo suponía. Reconozco sí, que el libro quedó hermoso, un gran trabajo de la editora Jorgelina Martin y de la ilustradora Carmen Gloria Quiroz.
Su novela “El extraño caso Jack Hooligans" a primera vista se lee como una novela de fantasmas, pero también se encarga de difuminar los límites entre fantasía y realidad…
Yo también me sorprendí mucho con esa historia. La primera vez que quebré las reglas de la realidad fue en el cuento breve “ Soldado de Terracota” que ganó el concurso Santiago en 100 Palabras. Esa fue la primera vez que incursioné en la fantasía y me gustó. No quise hacer una novela de terror, pero sí que inquietara, que removiera un poquito el sosiego.
También incorpora temas fuertes como el abandono infantil, los horrores de la guerra y la soledad…, aparte de su propia experiencia como docente.
Aquí vuelvo otra vez a la figura de esa historia que se me planta delante y me transforma en su esclavo y me obliga a escribirla. Conocí a Jack Hooligans, hasta su nombre me lo dijo él y luego me contó su vida y sus dolores y me ordenó que la escribiera. Jack es un niño mandón y no me quedó más que obedecerle. Ese niño hasta hoy me acompaña, le tengo un enorme cariño.
Al parecer ha aprovechado la cuarentena para avanzar en un libro de 70 relatos infantiles. ¿Qué tal va?
Ese libro me ha costado un ojo de la cara, (literal, una trombosis), pero es un proyecto faraónico, hermoso y demencial, pero es un buen proyecto. Cuando niño yo tuve un libro con 70 cuentos narrados por Roger Lancelyn Green e ilustrados por Vojtech Kubasta. Son cuentos de todas partes del mundo, ese libro es una viga maestra de mi cultura como cuentista, entonces se me ocurrió hacer mis propios 70 cuentos. Es una locura, pero para eso estamos. Ya tengo 50 relatos y voy por los que faltan. Será un libro gigante o tres tomos, no lo sé. Hay que buscar otro sujeto o sujeta loca que los dibuje. Yo tengo un gran laboratorio que son los cuentos que cuento cada día a los alumnos del Colegio Altamira en Peñalolén , donde estoy contratado solo para contar cuentos, yo hago el puente de oro entre la literatura oral y el libro.
¿Trabajará nuevamente las ilustraciones con Carmen Gloria Quiroz, con quien suele formar mancuerna creativa?
Idealmente me encantaría trabajar con Carmen Gloria, somos amigos. La admiro mucho, pero no somos siameses, cada uno tiene sus propios proyectos, conversamos mucho, quedamos agotados, pero hemos hecho cosas hermosas, hay un librito llamado “Sobremesa” que vale por toda nuestra amistad.
¿Cuántos libros por escribir esperan en el horizonte a Luis Alberto Tamayo?
Por lo pronto terminar “Igor el Fugitivo”, una novelita que forma un trio con otras dos ya escritas. Novelitas de 42 paginas. Luego termino los 70 cuentos y sigo con una novela policial para grandes. Ya está listo el detective , el crimen y la ciudad. Luego voy con una novela de largo aliento y otro libro de cuentos y creo que no más. Ah. me olvidaba que llevo un DIARIO DE VIRUS que ya lleva 134 días y 200 paginas , quizá sea otro libro, lo comencé a escribir el 16 de Marzo de 2020.
Para terminar… ¿Qué le resulta más placentero: escribir un cuento o relatarlo a sus alumnos?
Me gusta contar, actuar los cuentos, cuando joven quise estudiar teatro, después estudie un diplomado en Pedagogía Teatral en la Universidad Católica. Es distinta la literatura oral a la escrita, es otro registro del habla. En el libro no hay cadencia de voz, no hay gestos ni pausas respirando. El cuento escrito debe ser más exacto y no hay retroalimentación , no puedo leer el cuerpo del lector. Me gustan los dos oficios, pero en el cuenta cuentos directo, me siento más querido.
Este destacado escritor nació en San Fernando en 1960. Profesor de Educación General Básica por la Universidad de Chile, obtuvo el Premio Altazor 2014, Categoría Literatura Infantil Juvenil, por su libro ilustrado Un gran gato, en tanto que su novela juvenil Caballo loco, campeón del mundo, lleva a la fecha diez ediciones. Autor de El niño del bidón amarillo, El extraño caso Jack Hooligans y la Araña Miró, entre muchos otros títulos, comparte su trabajo escritural con su labor de cuenta cuentos en el colegio Altamira de Santiago. En su tiempo libre, gusta de coleccionar hermosas piezas de loza ya discontinuada y ejecutar manualidades en el taller de su casa, donde cada herramienta posee su propio valor e historia. “Quimera” conversó con esta narrador sobre los procesos creativos que sustentan su obra.
En su obra se desprende una importante consideración del niño como ser humano complejo, como acontece en su libro “El niño del Bidón Amarillo”.
En la concepción del niño o niña, pensante, crítico, creativo y con una postura ética me ayuda, sin duda, mi formación como profesor de Educación General Básica. Los profesores que tuve en la Universidad de Chile, lo que leí entonces, y sigo leyendo, me llevan a entender la maravillosa complejidad del ser humano, una complejidad que se manifiesta a muy temprana edad. Yo le hablo a los niños sin miramientos, de igual a igual, guardando solo el cuidado de no perturbarlos en su desarrollo. Es una maravilla verlos y mostrarlos, descubriendo e inventando el mundo.
¿Qué gatilla dentro de usted la génesis de una nueva historia?
Francamente no creo inventar nada, no armo estructuras narrativas, al menos conscientemente, no busco nada; más bien las historias me encuentran a mí y se me plantan delante y me exigen que las escriba, que las cuente. Yo voy siempre con los oídos, la mente, los ojos abiertos, atento a las señales que indican que hay una buena historia por ahí escondida. Siempre hay una buena, una increíble historia para mí en cualquier camino.